El Ermitaño loco
Por: Marina Liboreiro
Estaba él sentado allí, en su casa de piedra construida al
pie de un peñasco, con una hermosa vista de todo el bosque y una cascada a
pocos metros de la puerta de acceso.
La naturaleza lo circundaba, también la soledad. Solo tenía
la compañía de las aves que se animaban a llegar a esas alturas.
Muchos en el pueblo especulaban acerca del porqué de su elección de vida,
porqué elegir la soledad, por qué no vivir entre otras personas, convivir,
interactuar. Muchos especulaban, pero nadie sabía la verdadera razón: gustos
raros, anti sociabilidad, promesas hechas a una amante lejana… todas sospechas,
habladurías, ninguna certeza.
Sentado en el portón de su vivienda, tomaba su té viendo el sol ponerse todos
los días, pensativo y silencioso. ¿Era ésta la manera de cumplir con algún
pacto secreto?
Un día, se acercó a su puerta un niño, cansado debido a la subida, casi sin
aire, debido a la altura en la que se situaba la casa. Casi sin aliento, se
acerca y le pregunta: - ¿Por qué está aquí y no con el resto de la gente?
El hombre lo observa y le responde:
- Viví por mucho tiempo entre ellos. Fui padre, fui madre, fui vecino, hijo,
esposo, amante, confidente, fui forastero… Ahora sólo quiero descubrir en mí el
último rol de mi existencia. Todos están ya en mi corazón, no necesito más el
vivirlos, experimentarlos. Me aprendí tan bien esos papeles, que me olvidé de
lo más importante: Saber quién soy.
Para eso necesito olvidarme de esos roles, limpiarme de viejos y obsoletos ropajes,
crear algo nuevo en mí y eso solo puedo lograrlo aquí, en contacto con la más
pura verdad de Dios expresada por doquier. Estar solo, pero acompañado. Desde
aquí puedo sentir lo que realmente es la gente del poblado, a través de este
silencio divino que todo me revela, me acerco a mi verdad.
Al finalizar este discurso, besa al niño, le da alimentos para la vuelta a su
casa y le dice: - Algún día querrás lo mismo y ese día tendrás la misma
oportunidad que tengo yo en este momento, no la desperdicies… Sé feliz, sé tú.
El niño se quedó pensativo un momento y mientras volvía a su casa pensó: -
Tenían razón en el pueblo, este hombre está loco, pero me gusta su locura,
quiero eso, quiero su locura.